Su origen Arquitectónico

15.05.2011 01:40

 

    Está en las basílicas romanas, muchas de las cuales, tras el Edicto de Milán en el año 313, se convirtieron en templos cristianos, para lo cual se añadió un atrio en la entrada y un ábside en la cabecera, que coincidía con la nave central con la intención de reforzar la direccionalidad de ésta.

    Las basílicas romanas provienen de las stoás griegas, estructuras adinteladas en forma de pórticos de columnas, que estaban cubiertos y servían como lugar de reunión y protección de la lluvia. Normalmente se encontraban en las ágoras o en los santuarios, y la más famosa es la stoá de Atalo (siglo III a.C.). Al colocar dos stoás enfrentadas, dejando un espacio central más ancho y alto, se consigue la basílica. Estas edificaciones se ubicaban en los foros romanos y servían como palacio de justicia y mercado cubierto.

  

 

     Al ser la nave central más alta, se podían colocar ventanas que iluminaran el interior. La entrada solía estar localizada en el lateral o en los extremos, según la orientación que tuviera respecto al foro. En uno de los extremos se solía colocar el estrado, donde se administraba la justicia y podía tener una exedra semicircular (la basílica Ulpia y la de Constantino) donde se sentarían los oficiantes, que es el origen del ábside paleocristiano. Las naves laterales, en número de tres y excepcionalmente de cinco, servían para los tratos comerciales y financieros, aunque podían ser un simple lugar de paso, incluso podían tener una galería superior denominada pluteum.

    La cubierta era un cielo raso a dos aguas al exterior, ya que los soportes eran columnas que no resistían grandes estructuras de cubrición, norma que sólo se rompió en la basílica de Constantino, que Magencio mandó construir entre el año 310 y el 313 y en la que se utilizaron pilastras reforzadas lateralmente con muros trasversales, lo que permitió poner bóvedas de aristas que creaban un interior monumental similar al de las termas. Los muros transversales estaban horadados con puertas, lo que daba unidad espacial a las naves laterales. En un principio la entrada estaba en uno de los laterales mayores, pero Constantino la reformó y la puso en un extremo, dando a la nave central un carácter más longitudinal.

    Otra edificación importante es la basílica Emilia, que destaca por su grandiosidad y lujo, muy común en esa época por la gran influencia oriental.

Vista interior de la Basílica Santa María

  

   

 

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